El jaguar, el felino más grande de América, rey y símbolo de las selvas centroamericanas, está en peligro de extinción; pero investigadores costarricenses se resisten a dejarlo desaparecer echando mano de la tecnología: con collares con GPS y cámaras ubicadas estratégicamente entre el bosque. “Queremos generar información que nos permita ver el movimiento, los patrones de actividad de los jaguares y cómo utilizan el hábitat”, explicó a AFP Víctor Montalvo, director del Instituto de Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional (UNA). Entre la exuberante vegetación de los parques naturales de Corcovado, extremo sur de Costa Rica; y de Barbilla, en las provincias de Limón y Cartago; o en el parque de Santa Rosa, la mayor reserva de bosque tropical seco de Centroamérica, los investigadores del Programa Jaguar de la UNA colocan cámaras y trampas inofensivas para atrapar a los felinos. Una vez que les colocan collares con dispositivos GPS, los jaguares quedan en libertad en su hábitat, revelando a su paso por extensas zonas gran cantidad de información. El constante monitoreo “nos permite tomar decisiones de manejo”, comentó Montalvo. Los jaguares son indicadores de la salud del bosque: “Cuando ellos desaparecen se dan extinciones secundarias y se modifica la estructura y dinámica del ecosistema. Donde hay jaguares uno puede decir que el estado de conservación es bueno, donde las poblaciones están disminuyendo quiere decir que no estamos haciendo bien el manejo de las áreas”, agregó. “Ellos son controladores biológicos, como son superdepredadores mantienen reguladas las condiciones de especies autóctonas que se reproducen rápidamente como el tepezcuintle o el saíno”, añadió Felipe Hernández, vicepresidente de la Asociación Preservacionista de Flora y Fauna Silvestre (Apreflofas). En peligro de norte a sur Según Montalvo, los jaguares eran una especie predominante desde el norte de Argentina hasta el sur de Estados Unidos. Sin embargo, por el deterioro de los ecosistemas han sido diezmados hasta desaparecer en países como en El Salvador, en el suroeste de Estados Unidos y en el norte de México. Está en grave peligro en otros como Brasil y el resto de las naciones de Centroamérica. Pero desde los años de 1970 se redujo su caza gracias a campañas internacionales contra el comercio de sus pieles, y a controles adoptados por la Convención Internacional sobre Comercio de Especies Amenazadas de Flora y Fauna, de la ONU. Actualmente está bajo régimen de protección en toda América Latina. Hernández comentó que, además de la caza, el desarrollo no planificado afecta el hábitat de los jaguares. “También por las carreteras, que inevitablemente tocan el 25% del territorio protegido del país donde se encuentra la especie, y crean barreras artificiales que los aíslan”, explicó. Con base en muestras tomadas en áreas protegidas, los expertos calculan que en Costa Rica existen menos de 500 jaguares. Es difícil determinar la situación de la especie en el resto de Centroamérica por falta de investigaciones. El Programa Jaguar fue creado en 1990, aunque no fue sino hasta recientemente que comenzó a utilizar tecnología de punta para monitorear, llevar registros de los especímenes y aumentar la información sobre la especie y su hábitat. En Costa Rica, el jaguar aún está grave riesgo por la cacería y actividades como la extracción de oro en áreas protegidas. Algunos campesinos los perciben como una amenaza porque al salir de las reservas donde habitan se comen al ganado de fincas aledañas. Precisamente, además de la conservación, el monitoreo de los jaguares permite advertir a los finqueros para que protejan su ganado cuando se les detecta en las cercanías de sus propiedades. En regiones como la provincia noroccidental de Guanacaste, donde está Santa Rosa, hay registros de la recuperación de la población de jaguares gracias a los esfuerzos realizados por la UNA y otras organizaciones protectoras.
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